HACE una semana un kilo de clementinas se vendÃa en el campo por 0,23 céntimos de euro. Y ahà hay que descontar riegos, abonos, mano de obra, labrar y la amortización de la tierra para una sola cosecha al año. La misma semana, cualquiera de las empresas de base tecnológica que hay en la Comunidad Valenciana, vendÃan aplicaciones a Apple a 0,50 céntimos de euro por descarga, hasta un techo alcanzado de casi millón de unidades. Un producto hecho con un mÃnimo coste. Algo está pasando en la economÃa valenciana.
Pero es que, además, la semana pasada todos esos agricultores que ni siquiera les salÃa a cuenta vender a 0,23 el kilo, decidieron tirar las clementinas a tierra para aliviar a los árboles para la próxima temporada. Este año la cosecha no vale la pena ni recogerla. Y eso que todavÃa no se sabÃa que Marruecos va a competir libremente con nuestros productos. Algo está pasando en el modelo económico valenciano, empezando por la agricultura.
Y mientras eso pasa en la agricultura, al menos una docena de empresas de base tecnológica (no tienen por qué ser de ordenadores y para internet) están abriéndose mercados en Noruega, Estados Unidos y Iberoamérica. Algo está pasando en nuestra economÃa y no queremos darnos cuenta por estar demasiado obsesionados en salvar unos muebles que están destrozados por la riada.
La biotecnologÃa, la comercialización de mueble (incluso vintage) diseñado aquà y fabricado en Vietnam, por ejemplo, funcionalidades en teléfonos inteligentes para invidentes, videojuegos, software para entidades financieras, manufactura de marroquinerÃa de lujo, turismo de alto valor añadido y otros muchos son sectores que alumbran en esta Comunidad. Son empresas emergentes que multiplican cada año su facturación de forma exponencial. E incluso se da la curiosa circunstancia de que no encuentran especialistas nativos y tienen que buscarlos en otros lugares.
Es solo una caricatura de lo que está ocurriendo en la economÃa valenciana. Mientras hay un valle de lágrimas en una parte de la sociedad, hay otra que emerge con fuerza a partir de asumir el cambio de la economÃa fÃsica a la economÃa del conocimiento y del valor añadido. No vamos a arrancar mañana los naranjos y tirar apartamentos en Oropesa, Cullera o San Juan, que ya no se venderán nunca. Pero hay que asumir la desinversión en estos sectores y empresas para profundizar en el camino hacia el otro lado. E insisto que no todo tiene por qué ser ordenadores y teléfonos móviles. Hay toda una nueva economÃa a descubrir que nos está esperando. Al fin y al cabo no está tan lejos 1957, cuando las heladas en los cÃtricos propiciaron la industria azulejera en La Plana.
Es lo mismo que pasa con las infraestructuras. Cierto es que nos hace falta el Corredor Mediterráneo, e incluso resulta una ofensa que la ministra de Fomento, Ana Pastor, formalice su apuesta por el Corredor Central , enseñando la zanahoria de la conexión del CM con Alicante. Hay que defender nuestra alternativa. Todo eso es cierto. Pero no basta, porque la futura economÃa necesitará un nuevo tipo de infraestructuras. Un tercio de la economÃa valenciana ya circula por la autopista de internet. Contratamos viajes por internet, vendemos zapatos, azulejos o colchones por internet, las mejores naranjas van al consumidor por e-commerce, hay videoconferencias diarias entre empresas, facturas, el DOGV, se imparten clases virtuales y la gente hace manifestaciones o queda con los amigos por Facebook. Y sin embargo pensamos solo en infraestructuras fÃsicas. Nuestro modelo está cambiando a la carrera y nos quedaremos como estatuas de sal si solo miramos hacia atrás.
Fte: Las Provincias.es
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